Editorial

Nunca conviene mezclar los tantos

El candidato libertario a la presidencia pecó de falta de diplomacia con el principal comprador mundial de commodities agroganaderos, el punto fuerte de la Argentina. Las inclinaciones políticas personales no deberían complicar los negocios privados.

Claudio Gianni
22 de Agosto de 2023

Dicen que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Hay que reconocer que estos axiomas populares están generalmente cargados de una dosis enorme de sabiduría, y esta no es la excepción. Al candidato de La Libertad Avanza le vendría muy bien tomar contacto con esta enorme verdad que ha migrado de generación en generación casi inalterada.

      La energía en las propuestas pro-mercado, la voluntad de desterrar viejos vicios hechos carne en gobiernos intervencionistas, las urgencias por terminar con quienes a diario nos esquilman desde el Estado y se quedan con buena parte de nuestros ingresos, son todas actitudes que merecen ser aplaudidas. La Argentina es un país que ha tocado fondo, que debe dar un giro rotundo, abismal, encontrar un punto absolutamente opuesto a este presente penoso, insostenible, lamentable.

          Pero quien pretenda ejercer el máximo cargo en la conducción de esta nación necesariamente tiene que aprender a manejar sus palabras y sus silencios, porque va a perder identidad ni bien tome la banda y el bastón, y cada dedo que mueva será la Argentina la que estará en primera plana ante la lupa del mundo.

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            Quizás todavía en el aire debido a los resultados electorales que probablemente no esperaba, Javier Milei cometió un desliz que el mismo no debería permitirse si llega a ser presidente de la Nación. Antes de abrir la boca deberá anteponer a sus deseos personales la necesidad de preservar las fuentes de ingresos que la Argentina necesita conservar y potenciar.

                Con su habitual tono tajante, y en declaraciones nada menos que a Bloomberg, habló de no promover las relaciones con China. "No hago tratos con comunistas", bramó de manera peligrosa. También insinuó la posibilidad de dinamitar los vínculos con Lula.

                    Evidentemente perdió de vista que la Argentina tiene un motor fundamental, excluyente, casi el único a mano: la generación de commodities agroganaderos. Hasta tanto el gas de Vaca Muerta empiece a rendir dividendos, los dólares llegan al país en un altísimo porcentaje debido a la exportación de granos y carne vacuna.

                        Habría que recordarle asimismo que China es el mayor comprador de estos productos dentro del planeta que habitamos. Es el cliente excluyente para la Argentina en materia de carne bovina, soja en grano, sorgo y cebada, y objeto de deseo en trigo, maíz y otros granos y derivados de ellos.

                            Casi todos los países de Occidente comercian con China, sino directamente todos. El capitalista Estados Unidos se desvive por venderle soja y maíz, o Francia por colocar su trigo, ni que decir de Australia con su cebada, el trigo o la carne bovina. O Canadá con su colza/canola. Ninguna de estas naciones puede ser sospechada de connivente con el comunismo o con la ausencia de libertad para el ser humano. Pero separan los tantos.

                                Todos entienden que una cosa son los negocios y otra las convicciones políticas. Venderle a China no implica aceptar sus políticas internas, que además conforman un tema que concierne a sus habitantes y a nadie más. El propio Jair Bolsonaro ha sido un cultor de este temperamento. Durante su gestión Brasil siguió reformulando su logística de granos exclusivamente pensando en los chinos, en especial apuntando a los puertos del Arco Norte, vitales para bajarles el costo a los asiáticos. La razón es sencilla: los asiáticos absorben el 65% de la soja que se comercia en el mundo. Distanciarse de ellos sería suicida para Brasil, que necesita negociar sus enormes cosechas de soja.

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                                  Nadie pensaría ni por error que Bolsonaro tiene alguna clase de simpatía por el comunismo; siempre anduvo a los gritos declamando su antipatía por las banderas rojas, pero sin citar al gigante asiático. Mientras tanto se ocupaba de ayudar a conquistar el mercado chino de soja y maíz, para tristeza de los exportadores estadounidenses.

                                      La falta de experiencia de Milei lo llevó a prender las alarmas en China, una nación que no trepida en sancionar a los proveedores que la incomodan. Australia tuvo que hacer maravillas para colocar su cebada en el mundo una vez que Beijing le cerró las puertas, enojada con las manifestaciones de los de Oceanía ligadas al tema Covid-19.

                                          Las exportaciones argentinas de carne vacuna terminan en un 80% en el mercado chino. Nadie pretende un gobierno que se encargue de vender lo que producimos, pero si habría que exigirle que no espante a los clientes que tanto trabajo lleva conseguir. Lo mismo podría decirse de los lácteos y el trigo, que tienen a Brasil como comprador excluyente.

                                              El mundo es como es, y los países que generan granos y carnes dependen en buena medida de China, convertido en la meca para estas naciones a la hora de vender su producción. Y no es cierto que los negocios privados sean independientes de lo que haga el Estado del cual provienen. Tampoco lo son las habilitaciones de plantas, los permisos sanitarios, y muchos otros temas asociados. El caso de la cebada australiana es uno de tantos.

                                                  El tiempo le enseñara probablemente a Milei que si accede a la presidencia deberá transitar por una delgada línea en términos de relaciones internacionales, que ya no serán personales sino del país en su conjunto. Tendrá que encontrar la forma de condenar de manera firme a los totalitarismos y las autocracias, sin que eso perjudique las fuentes de trabajo de los argentinos.


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