Uno de los logros más importantes del programa fue el desarrollo de herramientas que permiten evaluar no solo la productividad, sino también las dimensiones ambientales y sociales de la producción de soja en la región. En este sentido, Laura Carabaca, responsable del proyecto, aseguró que analizar las dimensiones productivas, ambientales y sociales facilitó la identificación de áreas de mejora, y también sensibilizó a los productores sobre la importancia de gestionar esos tres aspectos de manera conjunta. "Al considerar todas las dimensiones de la sostenibilidad, pudimos optimizar procesos y avanzar hacia una agricultura más responsable".
Desde el punto de vista productivo, el programa identificó una brecha en los rendimientos de soja que varía entre 10% y 15% promedio. Esta diferencia es más pronunciada en ambientes de menor potencial. La implementación de nuevas tecnologías y prácticas agrícolas adecuadas, como la elección correcta de antecesores y la combinación de fecha de siembra y grupo de madurez, podría reducir significativamente esa brecha. Se utilizó el sistema denominado MAICERO para evaluar los factores entre brechas buscando ajustar las dosis de fertilizantes, mejorando el uso de recursos y maximizando el rendimiento de los cultivos.
Impacto ambiental
En cuanto a la dimensión ambiental, Carabaca aseguró que el programa dio un paso importante para la mejora de la plataforma de Gestión Ambiental CREA, para hacer un seguimiento más eficiente de las prácticas que realizan en los establecimientos. Como también los indicadores ambientales relacionados con la producción agrícola. Estas herramientas proporcionan retroalimentación inmediata y ayudan a desarrollar planes de mejora personalizados para los productores. "Estas plataformas nos permiten monitorear de manera precisa el impacto de cada acción, lo que facilita la mejora continua de nuestras prácticas agrícolas", explicó.
Adicionalmente, con el uso de indicadores ambientales como el EIQ (Índice de Impacto Ambiental) se pudieron calcular los valores por cultivo y el efecto que tiene la intensificación de los sistemas productivos en relación a la disminución en estos valores de EIQ.
Otro componente crucial del programa fue el desarrollo de un protocolo para el monitoreo de la biodiversidad, con especial énfasis en el impacto de la soja en el ecosistema local. En el marco del proyecto InBioAgro, se realizaron relevamientos de insectos polinizadores, fauna del suelo, aves y mamíferos, con el fin de conocer el impacto de las actividades agrícolas en la biodiversidad del Gran Chaco. Durante los estudios, a modo de ejemplo, se contabilizaron más de 1.200 variantes de abejas y más de 600 dípteros polinizadores en las zonas monitoreadas, lo que resalta la importancia de este tipo de estudios para promover una agricultura más amigable con el entorno natural.
La mirada social
En paralelo, el programa también trabajó en el diseño de una metodología para medir los indicadores sociales de las empresas agropecuarias. A través de una encuesta de autoevaluación, se analizó la relación de las empresas con sus empleados, proveedores, comunidades y gobiernos, lo que fomenta la responsabilidad social dentro del sector agroindustrial.